Es difícil caminar con una piedra en el zapato. La figura sirve para entender gran parte del problema argentino. Para salir de una situación económica complicada se necesita que el país avance, crezca, se desarrolle, pero hay un corset que impide ese salto. Son los impuestos. Un Estado sobredimensionado y un gasto social en aumento, requieren de un financiamiento que lleva a una presión tributaria en permanente expansión. El problema es que se llegó a un punto en que la carga fiscal actúa como esa piedra. La semana pasada, en esta columna, se informó sobre el problema que estaba teniendo Toyota para lograr que sus operarios aceptaran hacer horas extras los fines de semana y los feriados por el pico de demanda de la pickup Hilux. Los empleados rechazan esa propuesta porque el dinero adicional que tienen que recibir sufre un recorte importante por el pago de Impuesto a las Ganancias. Ante eso, prefieren hacer el esfuerzo. Esto se viene dando desde que hace unos meses, cuando la automotriz volvió a la actividad, y se recalentó en los últimos días por el feriado puente de la semana próxima. La situación se repite en muchos sectores. Es tan bajo el nivel de ingresos a partir del cual se debe tributar que toma carácter abusivo. Lo concreto es que la empresa debe hacer toda una ingeniera en materia laboral para poder cubrir los puestos que quedan vacantes por la inasistencia del personal. Hay que recordar que Toyota lo que quiere es producir más para vender más pickups y para exportarla. Una fuente del sector comentaba a este diario que el problema va más allá de una situación de este impuesto. Comentaba que el panorama en cuanto a inversiones es desolador. “Nadie está pensando en invertir porque no hay incentivos. Al contrario. Se castiga al que invierte” señaló y dio como ejemplo lo que sucede en este campo. Cuando una empresa invierte, muchas de los gastos pagan IVA. En teoría, ese impuesto se devuelve pero como ese reintegro no es automático, se va acumulando un crédito fiscal que crece y crece. Hasta mediados de año, la deuda del Estado con el sector rondaba los $18.000 millones. Aparte del monto, hay que tener en cuenta que, en un país que se devalúa día a día, ese dinero –medido en dólares – suma una depreciación evidente cuanto más tarde en abonarse. Pero no sólo está ese castigo. La fuente consultada explicaba también que el rumbo económico hace que se postergue cualquier decisión de inversión: “Sólo puede haber inversión en actividades donde se pueda hacer liquido ese dinero para una salida rápida. Nadie va a hundir dinero en una fábrica o emprendimiento que después no pueda vender con rapidez”. Esta es la realidad hoy.


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Por fmluzucom

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