Puede estar tranquilo Calixto Bieito -por si acaso un comentario como este pudiera importunarlo- que el título de esta nota no viene a cuestionar su versión de Carmen, si la mudó de época o la trasladó de Sevilla a otro enclave. Esta ópera, “¿con qué se come?” es una pregunta tan literal que juega a encontrar la respuesta en un menú de cuatro pasos, un plato para la misma cantidad de actos que tiene el espectáculo que se está presentando hasta el martes 23 en el Teatro Colón.

Como ocurrió antes con Turandot y más recientemente con el ballet La bella durmiente del bosque, la confitería Blue del antiguo Pasaje de Carruajes, al que se accede por la calle Tucumán, se transforma en restaurante después de las 20 para ofrecer una propuesta a la medida del título programado en la sala. Desde el viernes pasado, es el turno del clásico de Bizet y la historia archiconocida de la gitana apasionada y libre, que se resignifica a la luz de una nueva época tan distinta de aquella que la vio nacer hace casi un siglo y medio. Inspirados en el triángulo amoroso que desencadena un profundo drama entre Carmen, el soldado Don José y el torero Escamillo, el equipo gastronómico que conduce Silvina del Grande, gerenta de Gastronomía y Eventos del Teatro Colón, con la batuta en la cocina del chef Gastón Storace, buscó relacionar la obra (música y argumento sazonan los bocados) con el mundo de los sabores. Españoles, por supuesto.

Un cigarro de hongos humeante, custodiado por un gazpacho rojo pasión y un bocado de clásica tortilla española, abren la propuesta en cuatro pasos que se sirve en el restaurante del Teatro Colón

“El amor es un pájaro rebelde, al que nadie puede domar y es en vano llamarlo si él no quiere volar”, se lee la letra de la “Habanera”, una de las arias más famosas de esta pieza, al dorso de la carta. Entonces entran las Gitanas, un trío de bocadillos que sirven de primer acto: un cigarro crocante de masa filo relleno de hongos, con humo de aceitunas negras, sale con gazpacho y tortilla a punto babé. El chef da su explicación mientras los comensales prueban la degustación con el trago de bienvenida, un gin spritz, con almíbar de cítricos y perlitas de un “caviar” de Aperol.

Emocionada, Silvina Del Grande -de la concesión de catering del Grupo L- se refiere al chef como a un verdadero artista: “Ensayando el menú, Gastón escribe y dibuja hasta las semillas de un higo. Si ves sus cuadernos, son como el render de un arquitecto”. Cuando se le pregunta a él cómo hace para traducir los elementos de la lírica en sabores dice que además de estudiar la obra, el pasaje se le da muy naturalmente. “Comí y cociné toda la vida -cuenta-. Es mi forma de dar. El idioma del amor en mi casa es la comida”, y evoca a su abuela y a su madre.

El chef Gastón Storace presenta una cazuela de mar y tierra, plato principal del menú que diseñó para acompañar la ópera

Don José y Escamillo hacen su entrada a continuación, representados en dos croquetas de bechamel y jamón ibérico que anteceden al principal: una cazuela de mar y tierra. Para cerrar, la Pasión sevillana es un espectáculo emplatado con el carácter del desenlace fatal, representado en una salsa de frutos rojos y Baileys que rodean una crema catalana. Con vinos y champagne (hay uno para cada momento), el menú cuesta 54.000 pesos y se sirve en dos turnos, con reservas, durante y después de la función. Si bien detrás de esta idea los organizadores ven una forma de saldar una deuda de experiencia gastronómica para los abonados, también entienden que a través de la comida puede abrirse una puerta de entrada para nuevos aficionados al teatro.


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Por fmluzucom

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