Escritor, filósofo, pensador y militante político, también editor, traductor y ensayista: Oscar del Barco, una figura central y polémica en el pensamiento de la izquierda argentina, murió el último domingo en Córdoba. Tenía 96 años y dos décadas atrás había provocado un intenso debate sobre la responsabilidad de los intelectuales en las muertes producidas durante la lucha armada.

Nacido el 5 de enero de 1928 en Bell Ville, Del Barco militó hasta 1963 en el Partido Comunista argentino, del cual fue marginado en la misma época que otros intelectuales como José María Aricó y Héctor Schmucler por tomar posturas críticas hacia la URSS. Del Barco reconocía la influencia del pensamiento de Antonio Gramsci -curiosamente, en los últimos tiempos mencionado por Javier Milei- y enfrentando a la “ortodoxia” emanada de la Unión Soviética y que aquí seguía el comunismo oficial. A la par de sus intervenciones políticas, Del Barco se había destacado como traductor de autores franceses, impulsando el contacto con el pensamiento, las visiones teóricas y la cultura de su tiempo. Entre esos autores estaban nada menos que Artaud, Sade, Georges Bataille, Roland Barthes, Althusse y Derrida.

Luego de su distanciamiento del PC fue editor de la revista Pasado y Presente, también de los Cuadernos de Pasado y Presente, donde se intentaba la Renovación del pensamiento de izquierda ante las nuevas corrientes de los países del Tercer Mundo.

Fue uno de los tantos exiliados argentinos en México, durante la dictadura (aunque había partido poco antes, desde la Argentina violenta del 75) y en aquel país dirigió el Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de Puebla, además de escribir en la revista Espacios y de abordar el marxismo desde una perspectiva heterodoxa en tres ensayos: Esencia y apariencia en El Capital, Crítica de la teoría y práctica leninista y “El otro Marx”.

El período mexicano también lo vio con nuevas búsquedas en la espiritualidad, el misticismo y la antropología. Y mucho después se revelaría parte de aquellas búsquedas cuando se presentó como artista plástico. Fue en 2008 en el Centro Cultura España, en la capital cordobesa, donde exhibió unas 150 obras que había realizado a lo largo de varias décadas: pinturas sobre madera, cartón, lienzo, otras con objetos incrustados, cuadros quemados y luego intervenidos según pautas surrealistas. Recientemente, en el Palacio Ferreyra, ofreció otra muestra que reunió sus Cristos y otras decenas de piezas rasgadas, quemadas e intervenidas con distintas técnicas.

Una década atrás, la Biblioteca Nacional publicó el libro “Escrituras” con prólogo de Horacio González: allí recorre las inquietudes de Oscar del Barco desde la crisis del marxismo hasta sus aproximaciones a la literatura y el arte. Pero su obra literaria y filosófica fue extensa, abarcó desde Celan a Heiddeger, de Blanchot a Nietzsche.

Pero, indudablemente, un momento clave sucedió en 2004 cuando Oscar del Barco disparó la polémica por el “No matarás”. Tras leer una entrevista a Héctor Jouvet, donde se recordaba los fusilamientos de dos jóvenes militantes -Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald- por parte de sus propios compañeros del Ejército Guerrillero del Pueblo en 1964, Del Barco escribió una carta donde asumía su propia responsabilidad y reclamaba una revisión de las convicciones revolucionarias que llevaban a la muerte.

Sucede que Del Barco y su grupo “Pasado y Presente” habían apoyado al EGP, un movimiento guevarista con asiento en Córdoba. “Ningún justificativo nos vuelve inocentes, no hay causas ni ideales que sirvan para eximirnos de culpa”, escribió. Y agregó, extendiendo la polémica a la década del 70: “Todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos directa o indirectamente en Montoneros, ERP, FAR o cualquier organización armada, somos responsables de sus acciones”. Y fue aún más lejos, consideró al poeta Juan Gelman y al Che Guevara como responsables de tantas muertes.

En algunos sectores de izquierda, esa carta golpeó fuerte y asociaron a Del Barco con “la teoría de los dos demonios”. La polémica fue llevada a los textos del libro “No matar, sobre la responsabilidad”, editado en 2007. Siete años más tarde rechazó el Premio Konex que le habían concedido en la categoría de ensayo filosófico. Referentes como León Rozitchner, Eduardo Grüner, Nicolás Casullo, Horacio González, Jorge Jinkis y Diego Tatián tomaron parte de esa polémica.

También fue autor de La intemperie sin fin (1985), Juan L. Ortiz. Poesía y ética (1996), Exceso y donación. La búsqueda del dios sin dios (2003), Alternativas de lo posthumano (2010) -que incluye un diario de viaje en el que relata sus experiencias con peyote y LSD- y Un resplandor sin nombre (2022); y de los libros de poemas Variaciones sobre un viejo tema, Infierno, dijo, espera la piedra y sin nombre, entre otros. Siguió escribiendo y publicando en los últimos años. En 2020 lo hizo con Alétheia (Borde perdido), y en 2022 publicó el libro Un resplandor sin nombre (Tercero Incluido), textos sobre política, filosofía y mística.

“Fue una figura que anudó pensamiento y acción y se preocupó por seguir abriendo preguntas, incluso (sobre todo) a costa de las convicciones propias. Del Barco vivió como pasión íntima y colectiva la tarea de pensar contra el terror, contra la alienación, contra el Sistema, sin pausa y sin banquinas para el optimismo. Le dio forma a una manera intrépida, honesta, de pensar contra sí mismo”, destacó Damián Orosz en La Voz del Interior.


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