La frase fue dicha en una semifinal de los Juegos Nacionales Evita de 1973 entre Los Cebollitas y el equipo santiagueño Social Pinto. La derrota de ese día marcó el final de 200 partidos invicto del equipo de Diego.

La frase fue dicha en una semifinal de los Juegos Nacionales Evita de 1973 entre Los Cebollitas y el equipo santiagueño Social Pinto. La derrota de ese día marcó el final de 200 partidos invicto del equipo de Diego.