
La historia es real, bastante conocida, y bien podía temerse que el cine la convirtiera en un melodrama, un manual de autoayuda o algo por el estilo. Pero la tomó Carlos Sorín, un director siempre respetuoso de los sentimientos ajenos y de la inteligencia del espectador, y siempre atento a mostrar solo con pequeños gestos lo esencial de la vida. El nunca provoca la emoción del espectador. Simplemente le acerca lo justo para que al espectador le salga naturalmente la emoción que tiene dentro. Lo mismo hacen sus intérpretes. En sus películas no hay sobreactuaciones. Todo suena verdadero, natural, y naturalmente contenido.