Un Dios, al igual que Dios, surgido de la pobreza. Lo llamaban “Pelusa”, porque como él mismo explicó: “Cuando nací tenía pelos por todos lados, entonces me pusieron así. No muy afecto al estudio, el “Pelusa” “gambeteaba” los libros y se lo veía siempre con una pelota haciendo malabares en sus pies o sobre su cabeza.

De chico comenzó a despuntar el vicio de la pelota en el Estrella Roja de Fiorito, club que le sirvió como plataforma o vidriera. Hasta que un tal Francisco Cornejo lo vio y lo recomenzó en Argentinos Juniors.

A partir de ahí su carrera comenzó a ser vertiginosa, como su propia vida. Fue campeón con la novena división y desde su debut en la Primera División con apenas 15 años, aquel 20 de octubre de 1976, Maradona vivió una historia de amor de apenas cuatro temporadas en las que se consagró, pese a su juventud, en el estandarte máximo de un fútbol argentino lujoso, repleto de figuras a nivel internacional.

El estadio de Juan Agustín García y Boyacá fue testigo, en un partido por el Campeonato Nacional ‘76 ante Talleres de Córdoba, de un pibe que ya venía pidiendo pista desde su aparición en Los Cebollitas, aquel equipo de infantiles de Argentinos que desplegaba fútbol por la cancha en la que jugase. El técnico Juan Carlos Montes (que también murió este año), a sabiendas que “hay un pibe que la rompe todos los sábados” en divisiones inferiores, convocó por primera vez a ese enrulado morocho, al que le “tiró” la camiseta número 16 en aquel partido de miércoles en La Paternal.

Diego ingresó por Rubén Aníbal Giacobetti al empezar la segunda etapa de un partido que Talleres terminó ganando por 1-0. Pero lo saliente de esa jornada en la que “toqué el cielo con las manos”, según reveló tiempo después el propio protagonista, fue el caño que el inminente astro le regaló a Juan Domingo “Chacho” Cabrera. Un lujo que acusaron ‘ver en vivo’ más de los 3.500 espectadores que -en realidad- asistieron esa tarde al estadio, al que tiempo después, bautizaron con su nombre.

Maradona era magia, era talento puro, inigualable, con una pegada magistral y con un enganche imprevisto para dejar desairados a los rivales. Todos esos atributos desplegaba en sus albores como jugador profesional, en donde consiguió una marca que aún permanece inalterable: fue goleador máximo en cinco campeonatos consecutivos en certámenes de AFA (Metropolitano 1978, 1979 y 1980; Nacional 1978 y 1979). Además, Argentinos Juniors logró convertirse por primera vez en su historia como subcampeón de un torneo local (Metropolitano 1980).

La dimensión de jugador que había alcanzado Maradona, a principios de los 80, hizo imposible que Argentinos Juniors pudiera retenerlo. Primero se habló de un interés de River y luego de una insólita petición de Deportivo Español (que por aquellos días era conducido por el fallecido empresario Francisco Ríos Seoane) de “reclutar” al astro en sus filas, pagándole “un millón de dólares” para que jugase en la Primera B “y no se vaya de la Argentina” anunciaba por esas jornadas el hombre fuerte del club “gallego”.

Sin enbargo, en febrero del ‘81, el entonces presidente de Argentinos, Próspero Cónsoli, acordó con su par de Boca, Martín Benito Noel, una transferencia de 2,5 millones de dólares, más la cesión completa de cuatro jugadores (Carlos Randazzo, Carlos Salinas, Eduardo Rotondi y Osvaldo Santos) y el préstamo de otros dos (Mario Zanabria y Miguel Ángel Bordón). Significaba un monto mucho menor al que había ofrecido, por ejemplo, el Barcelona de España por el pase del “Pelusa”.

No obstante, Barcelona siempre lo tuvo entres sus principales objetivos y en el club catalán jugó desde las temporadas 1982 a 1984, sufriendo en septiembre de 1983 la peor lesión de su carrera. En un partido de LaLiga, ante Athletic de Bilbao, Andoni Goikoetxea le cometió una violentísima infracción que le causó la fractura del maléolo externo y rotura del ligamento del tobillo izquierdo. Diego fue al quirófano y pasó 106 días fuera de las canchas.

Después pasó por Napoli (1984-1992) Maradona subía los escalones que separaban el túnel del césped.Lo hacía a paso lento, como haciéndose esperar. Una multitud de fotógrafos lo rodeaban y lo seguían como si fueran sus escoltas, mientras 70.000 napolitanos lo aguardaban en las tribunas del estadio San Paolo, que ahora llevará su nombre en su honor.

Cuando Diego tocó la cancha, con su cara aún muy joven, sus rulos alborotados y la mirada ambiciosa, levantó sus brazos para saludar y escuchó un coro de bienvenida: “Dieeeegooo / Dieeeeegooo”. Ese día, la hinchada ya estaba rendida a los pies de Maradona, que ni siquiera jugó. Fue solo su presentación.

La historia de Diego con el Nápoles fue como un romance, como un amor a primera vista, con sus alegrías y sus tristezas, con polémicas y escándalos. Comenzó ese 5 de julio de 1984, el día de su masiva presentación, cuando llegó procedente del Barcelona y fue aclamado en el San Paolo. Ya estaba en carrera para ser el mejor jugador del mundo. Maradona, que apenas tenía 23 años cuando llegó, se encontró con una hinchada apasionada y deseosa de un ídolo. También se encontró con gente humilde y trabajadora, un mundo parecido al de su infancia. Tal vez por eso se sintió atraído.

“Para mí, Nápoles era algo italiano, como la pizza, y nada más”, recordó alguna vez. Desconocía que el objetivo del club en ese momento era no descender. “¡Nápoles, campeón de Italia!” gritaba uno de los periodistas italianos en uno de los tantos videos que relatan ese instante en el que, tras 60 años de historia, aquel 10 de mayo del 87, y a falta de una jornada, Napoli se coronaba campeón en Italia, por primera vez y por encima de todos los poderosos. Maradona, con su camiseta celeste y el número 10 en la espalda, estalló en un festejo muy de los suyos: emotivo, lleno de lágrimas y gritos, tras el pitazo final del partido contra Fiorentina (1-1).

“Quiero convertirme en el ídolo de los pibes pobres de Nápoles, porque son como era yo cuando vivía en Buenos Aires”. Y así fue, eso fue, en eso se convirtió, en ídolo, figura, en el Dios también napolitano. Después partió al Sevilla para jugar en LaLiga la temporada 1992/93 y regresó a la Argentina, donde jugó en Newell’s en 1993/94 para terminar su carrera deportiva el 25 de octubre de 1977 en Boca. Sin lugar a dudas César Luis Menotti fue el que inspiró a Maradona a convertirse en técnico.

Su vida: la selección

Cada hincha en el mundo dirá que fue de su club: el de Argentinos, que lo vio nacer, el de Boca por el cual él mismo proclamaba su fanatismo, el de Independiente, porque cuando era chico lo admitió y siempre proclamó como ídolo a Ricardo Enrique Bochini; el de Barcelona; el de Sevilla; el de Newell’s y el de Napoli… También el de Racing, el pueblo correntino y, obviamente, Gimnasia y Esgrima La Plata que lo acogió y lo mismo como a un hijo prodigio hasta los últimos días de su vida.

Sin embargo Diego tuvo una sola camiseta grabada en su humanidad y a la cual nadie le discutió: la de la Selección Argentina.

Diego Armando Maradona no solo fue el mejor jugador de la historia, fue el capitán y el símbolo del seleccionado argentino que alcanzó su mayor momento de gloria en México ‘86 y quedó instalado en el Olimpo del fútbol mundial.

Diego fue tan grande que no solo fue el mejor entre los mejores, fue el alma de cualquier equipo que integró y alcanzó en el seleccionado argentino su máxima expresión.

Diego agotó cualquier adjetivo sobre su condición de futbolista, pero además tuvo un coraje y un temple sin par que lo llevó a ser el líder del seleccionado que ganó el Mundial Juvenil Japón ‘79, el extraordinario campeón de México ‘86, el épico subcampeón de Italia ‘90 y el Mesías que volvió para clasificar a Argentina al Mundial de Estados Unidos ‘94, donde le “cortaron las piernas” pero no pudieron mellar su espíritu.

Su idilio con la selección empezó un 27 de febrero de 1977 cuando César Luis Menotti lo hizo ingresar por Leopoldo Luque en su tan amada Bombonera, a los 20 minutos del segundo tiempo de un amistoso en el que Argentina goleó 5 a 1 a Hungría.

Bastaron escasos minutos para comprobar que el chiquilín que asombraba en Argentinos Juniors desde su debut en Primera el 20 de octubre de 1976 iba a marcar un hito en el fútbol mundial. En apenas cuatro meses, del primer nivel local a codearse con los futuros campeones del Mundial 78 en Argentina.

Le quedó el sabor amargo de no jugarlo porque Menotti quiso preservarlo por su corta edad, pero tuvo su revancha al año siguiente cuando Argentina ganó el Mundial Juvenil de Japón 79, con un inolvidable equipo en el que también estuvieron Juan Simón, Juan Barbas, Ramón Díaz y Gabriel Calderón, futuros compañeros en la selección mayor.

Un equipo que ganó, goleó y gustó, un equipo que hizo madrugar a un país para mirar por televisión los partidos desde la lejana Tokio, en una época oscura para la democracia.

Poco antes había marcado su primer gol en el seleccionado albiceleste ante Escocia, en Glasgow, partido que Argentina ganó 3 a 1 y que fue el último de una gira que también comprendió partidos con Holanda, Italia e Irlanda.

Por entonces Daniel Passarella era el capitán y el símbolo del seleccionado pero ya la figura de Maradona comenzaba a crecer, no sólo

Por fmluzucom

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