
Fracasada la estrategia del shock de confianza tras el acuerdo con los acreedores, los sectores ortodoxos insisten ahora en la necesidad de un ancla fiscal como herramienta de estabilización. En el marco de la desesperación oficial por la estampida del dólar, presionan para ir a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional condicionado a un programa de ajuste fiscal, como solución al problema cambiario. Sin embargo, la experiencia histórica de los programas de estabilización promovidos por el organismo muestran que sus efectos recesivos no logran estabilizar el mercado cambiario, generando un sacrificio inútil de nuestras posibilidades económicas.
Los programas estabilizadores ortodoxos fracasan por estar basados en el supuesto de que el problema externo se origina en un exceso de demanda interna promovido por el elevado déficit fiscal. Sin embargo, el bajo nivel de demanda y producción de la economía en la actual crisis muestra que el origen del problema externo no puede atribuirse a un exceso de gasto. La corrida cambiaria se origina en los errores de intervención oficial en el mercado de cambios, frente a la presión de algunos fondos internacionales que hicieron malos negocios con el macrismo, en un contexto de excesiva liquidez inducida por la pandemia. Si se opta por reducir la liquidez menguando aún más la demanda efectiva (conteniendo los ingresos nominales o reduciendo los reales vía devaluación), se corre el riesgo de sacrificar la reactivación sin garantías de estabilidad cambiaria.
Frente al históricamente infructuoso ajuste estabilizador ortodoxo, el gobierno de Alberto Fernandez debe aprender de la experiencia económica liderada por Néstor Kirchner años atrás. El líder peronista desencarnado diez años atrás, no postergó su programa económico a lograr un acuerdo de la deuda que llegaría, por el contrario, como consecuencia de la robustez económica alcanzada en autarquía de los mercados financieros internacionales. Ello le permitió eludir el programa ortodoxo del FMI, logrando la estabilidad del mercado de cambios como condición para un impulso al crecimiento.
El programa de estabilización sin ajuste fiscal debe descansar sobre como se articulen cuatro variables: tasa de interés en pesos, nivel de reservas, tipo de cambio oficial y brecha cambiaria. Las tasas de interés en pesos deben estar levemente por encima de la inflación y la devaluación para que el acceso a pesos baratos no alimente la brecha. Una tasa del 80% hunde la economía, encarece los costos e inviabiliza la producción, pero tasas muy bajas abaratan el costo de apostar por la devaluación. Una política de tasas relativamente elevadas con créditos a tasas subsidadas para fines específicos, puede ser una combinación a explorar en el marco de la emergencia cambiaria. Por otra parte, la recomposición de reservas tiene que ser significativa, evaluando ampliaciones del swap con China y otros organismos multilaterales sin perder de vista que los acuerdos de financiamiento no pueden traducirse en condicionalidades a la política económica.
La brecha cambiaria debe ser un objetivo explícito de política económica y ubicarse en torno a un 30% para no generar expectativas devaluatorias fuertes en el corto plazo y evitar el costo en reservas que implica una brecha elevada. Para ello deben establecerse pautas claras de la trayectoria futura tanto del dólar oficial como el financiero. Un “crawding peg” doble, donde se preanuncie la evolución hacia arriba del dólar “comercial” y hacia abajo del “financiero” en los próximos 6 meses, hasta lograr un objetivo de brecha a partir del cuál ambas cotizaciones comiencen a marchar juntas, puede ser una política que termine con la actual incertidumbre en el mercado. Para ello, el Banco Central debe estar dispuesto a jugar fuerte y con una certera puntería. La alternativa de intervenir en el paralelo sin una clara definición de hacia donde se marcha, puede derivar en un despilfarro de recursos sin lograr la estabilización cambiaria.
Director CESO.