La sombra de la guerra nunca se aleja
Los países que oprimen a otros por sus riquezas naturales.
El norte y el sur saqueadores y saqueados. Malvinas es una causa justa que, durante la guerra en el
Atlántico Sur, fue empañada por sus altos jefes militares. Y abajo, abajo, muy abajo una generación de
jóvenes profesionales y no profesionales, entregando su vida, protegiendo la única bandera, la bandera que creó Belgrano que solo pudo flamear 74 días y vistiendo el único uniforme conocido por ellos, el de San Martín.
Ese Imperio que hoy domina nuestras islas, sabe que a pesar de la derrota hay un pueblo que no olvida
sus valores y recuerda constantemente el robo británico de nuestras islas. Al colonialismo, sabiendo que para los argentinos pasó a ser una gran gesta, solo le queda un camino: desprestigiar constantemente y
hacerle asumir el costo inhumano de la política y el poder a esos jóvenes.
Que defendieron anónimamente, sin decidir y muy humildemente, la dignidad y el honor de la Nación
Argentina.
Mientras tanto, una fortaleza militar domina nuestras islas y mar, saqueando nuestras riquezas y en el
futuro nuestra Antártida. –
Cuando veo las cruces de Darwin, y el recuerdo de las noches en mis islas, mis compañeros caídos y los
que volvieron, sumado a la lucha de mis próceres, de mis padres, y de tantos otros, nunca me
consideraré una víctima, seguiré, a pesar de todo, con la frente bien alta, asumiendo el rol que con
orgullo llevo de por vida. El rol que me dio la historia, el rol que me dio mi pueblo cuando reivindicó un
sentimiento anhelado por mucho tiempo. –
Soy, ex-soldado combatiente en Malvinas, de la Nación Argentina. –
Era la mañana del 11 de junio de 1982. Desayunando como era habitual esos días, con un cigarrillo, veía
como las piezas de artillería se desplazaban frente a nosotros a varios kilómetros de nuestra ubicación en el Monte Dos Hermanas. Mientras observaba, sin entender como no podíamos hacer nada, se me acercó el Capitán de la compañía: “Que pasa gringo”, me dijo.
Marpegan era el Jefe de la Compañía C, un hombre piola, que había sido destinado al Regimiento de
Infantería 4, proveniente de la escuela de guerra junto a oficiales llamados Thatcher. Nada mi Capitán, contesté. Y asombrado le volví a decir, como podemos dejar que se acomoden sin hacer nada. Nuestras piezas de artillería no tienen el alcance suficiente para alcanzarlos, pero seguro que la aviación llegará, me contestó. Pero agregó: “Gringo aligérate, descartá todo lo que esté de más, llénate de municiones, llevá mucha, pero mucha, azúcar en tus bolsillos, porque esta noche tenemos baile y feo”.
Y se alejó volviendo su cara para decirme: “llevate la Ballester Molina en la cintura, nunca se sabe, pero
te puede proteger”. Hice caso, tomo recaudo, con mi FAP 00012, con virola de mi cañón Czekalski 10 mm 00012, que casi nada pude usar, y mi 45 me quedé a esperar el final.
Fue un día tranquilo como advirtiendo la noche que íbamos a pasar. Durante el atardecer fuimos
convocados por el Capitán a una reunión en una ladera del monte.
Soldados, dice Marpegan junto a esa oficialidad joven, acabo de reunirme con mis oficiales y suboficiales,
y sabemos que esta noche será un infierno para todos nosotros, resistiremos lo que más podamos, pero si somos sobrepasados, nuestra artillería batirá zona, como debe ser, para impedir el avance del
enemigo. Cuando seamos sobrepasados, que es posible, debido a las piezas de artillería que tenemos en frente, mas el accionar de los barcos, y el grueso de la infantería que posiblemente nos rodeen, escuchen las voces de sus jefes de secciones. Acaten esas órdenes. Hoy será un día que nunca olvidarán en sus vidas. Tal vez nadie sepa que hicieron, pero Dios y sus compañeros sabrán que pusieron todo. Viva la
patria.
Hoy, con el tiempo, comprendí que Marpegan sabía que íbamos al matadero.
El capitán me dijo: te quedás a mi lado.
Y llegó la noche, y era verdad: fue un infierno. Trazantes por todos lados, bengalas con paracaídas que
iluminaban y nunca terminaban de bajar.
Ese día Dios jugó para ellos.
Luna llena y un cielo limpio, se veía todo. Gritos y mas gritos. Era un infierno, fue un infierno. Se aguantó
más de 4 horas la posición en el monte, con fuego enemigo de ablandamiento enorme, parecía que la
montaña se iba a partir en dos, fuimos rodeados, mas la artillería real y un barco desde la costa. Ese
avance inglés, con el tiempo nos enteramos que, duplicaba la cantidad de hombres que poseía el 4, según
contaron ellos. Las Secciones entre cuadros y soldados rechazaron durante una semana constantemente
el ingreso de patrullas inglesas. La muestra más grande del combate del Monte Dos Hermanas son los 18
muertos que entrega esa noche el 4, y un monto superior a 50 heridos, sin distinción de jerarquías.
Tampoco fue gratis para ellos, 7 muertos y similar cantidad de heridos, fue su saldo. (Como siempre
recalqué en estos 40 años, hay que leer libros ingleses, sobre estos combates y otros, son mas objetivos y
generosos con el combatiente argentino).
Y comenzó lo más temidos por todos. Comenzaron a caer bombas de ambos lados. La propia tropa estaba
batiendo zona. O sea que nos estaban sobrepasando. O sea que estamos perdiendo nuestra posición.
Como putié esa noche.
Había una MAG que escupía a mansalva, al subteniente Mosquera lo habían herido, y la MAG estaba sola,
Marpegan me dice: tirá a cualquier lado, tirá, están replegando, no podía arrimarme, cada vez que lo
hacía me llovía una lluvia de municiones, cuando en la corrida me cruzo con dos oficiales, el Teniente
Martella y el Subteniente Juan Nazer , detrás de una roca, donde las trazantes del enemigo picaban
terriblemente.
Solo atiné a decirles: perdí a mi Capitán carajo. Quedate acá boludo me dijo Martella, están replegando.
El presagio de las palabras del Capitán se habían hecho verdad, tiraban los barcos, tiraba la artillería
inglesa, nos rodearon los marines británicos, y batía zona la propia tropa.
Martella dice, vamos tras los pasos del subteniente Silva, a la cuenta de tres corremos hacia esa montaña.
“uno, dos, paren!” dijo Martella. (El que me conoce sabe que siempre fui ansioso). “Adonde vas Rada?”,
“a correr”, contesté.
“No!” automáticamente me contestó Martella, “yo soy el oficial, soy el jefe, corro adelante, atrás corre el
subteniente y vos último, como soldado”.
Uno, dos, tres y salimos corriendo. Nos estaban esperando. Una ráfaga de fusil se escuchó. Martella cae
herido en el pecho, y Nazer en las piernas. Nazer me gritaba “no te muevas soldado”. Fue terrible. No sé
cómo me encuentro con un cañón de fusil en mi nuca, nos levantaron a los tres, nos desarmaron, a Nazer
le pegaron una patada en la herida, que se desmayó del dolor, Martella no podía estar parado y me
gritaban, me gritaban, eran demasiados, y me decían que lo llevara a Martella, no sé cuanto caminé creo que nada, su cuerpo cada vez pesaba más, se me estaba muriendo, parece que lo estuviera viendo. parecía un siglo y tal vez fueron solo minutos. A Nazer se lo llevaron, Martella murió y otra vez me quedé solo.
Un grupo de ingleses, uno era de raza negra, se arrimaron. Me escupieron en la cara, ( si, por que los
ingleses no son buenos) y un jefe creo me dio vuelta el duvet, para que la capucha tapara mi cara y me
llevaron.
Caminé tomado de los brazos, sin saber a dónde iba, pensé que iba a mi muerte. No fue así.
Hasta que llegué a un campo de concentración, donde había varios soldados argentinos que no conocía, y
me pusieron junto a ellos detrás de un cerco de alambrado de púas.
Me llevaron a interrogar, buscaban una base misilística, el militar que me preguntaba estaba, limpio, su
uniforme negro y hablaba como mendocino. Con el tiempo descubrí que la base misilistica había sido el
exocet tierra-mar que se lanzó desde las islas y hundió una fragata. Ese misil fue bautizado Berreta 1
Después vendría San Carlos, Camberra y Puerto Madryn.
Creo que ya no es necesario seguir contando mi historia, hay miles de historias en Malvinas. Quería
contar una historia de los que integramos la compañía C. Quería contar una parte de la historia del
Regimiento de Infantería 4.
Y además recordar que hoy estoy vivo gracias a ese hombre, y buen soldado, que me dijo “no Rada, yo
voy adelante. Soy el oficial, soy el jefe”.
A Marpegan lo vi en una de las últimas marchas de excombatientes de Malvinas en Buenos Aires, me
miró y me dijo: te vine a ver, sos mi presidente, y te agradezco todo lo que hacés, me fundí en un abrazo.
Lo miré y le dije: Marpegan, tenías razón. Sólo Dios sabe lo que hicimos esa noche, y eso es lo más
importante.
A Nazer nunca más lo vi.
Días antes del 11 de junio de 1982, Martella festejaba que su mujer iba a tener una hija, y que tendría la
parejita. Aunque solo conoció a uno.
Siempre amago ver a su hijo, que trabaja en un canal de televisión, y nunca me animé, pero hoy quiero
decirle que su padre fue un héroe, y que me salvó la vida, por ser un gran jefe.
Recuerdo que cuando llegué a Puerto Madryn, en el Camberra, buscaba mi unidad, yo había perdido
contacto con todos ellos, excepto con el soldado Berger que me había visto en San Carlos.
Busqué, busqué hasta que los encontré. Y recuerdo al primero que vi fue al soldado Carlos Enriori en
Madryn, que me miró con la boca abierta, y gritó: “Rada está vivo”. Si me quedé con Marpegan, Martella
y Nazer le contesté. Un oficial que no sé quién era, me preguntó: ¿y donde están?
Marpegan lo vi detenido en San Carlos. Nazer herido, se lo llevaron
Y Martella murió en combate.
Lo que nunca imaginé, ese día, es lo que íbamos a pasar en estos 39 años. Pero eso es para contar en otra
historia.
No generalizo. Porque en diez años fui, fuimos parte de una bolsa, Galtieri, y todos los que combatimos
en Malvinas, y gracias a nuestro pueblo, que metió la mano en esa bolsa y nos sacó, diciendo «ellos son otra cosa».
Lo que si vi, es lo que acabo de relatar, y muchas cosas más, en mi lugar de combate.
Bajemos un cambio, sin perder la pasión.
Pero seamos sinceros.
Todos y cada uno de los que participaron de ese combate pusieron lo más que tenían, como otros
regimientos y batallones, el 6, el 7, el BIM 5, la artillería, los helicópteros, tantos, tantos más. No se puede
ser tan soberbio, el pensamiento único y la historia única acá no existe
Si tendría que regresar al pasado, y tendría que elegir, volvería con mis compañeros correntinos.
Orgulloso de haber participado en la historia de Malvinas, como uno más del Regimiento de Infantería 4,
Monte Caseros, Corrientes.

Rubén Rada
Soldado Conscripto Clase 1962
Veterano de la Guerra de Malvinas.


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