CR Int (R) VGM Mario Osvaldo Villegas


“Todo para lo que te estabas preparando, había llegado.

Esa frase que tanto escuchamos desde que nos incorporamos:
`Prepararse para la guerra´

quizás nos tomaría el examen final”.

Es difícil para quien ha guardado por muchos años un sentimiento muy dentro suyo, intentar de pronto sacarlo y expresar para otras personas algo que ni siquiera uno mismo pudo del todo descifrar.

Me refiero a lo que por dentro le ocurre al cuerpo y a la memoria cuando quiere traer aquellos recuerdos que la guerra guardó y no quiere revivir, porque a pesar de que, sin dudas, hubo momentos buenos, de verdadera camaradería y amistad, ellos no son los que en primer plano aparecen.

Han sido muy pocas las veces que activo de alguna manera aquellas vivencias, tanto que ni siquiera a mi familia le hablo mucho de ellos, más bien dicho casi nunca…

Pero hace unos pocos años cuando comencé a dar clases como profesor de Táctica en el CMN, mis cadetes, todos ellos de la especialidad de Intendencia, de a poco fueron haciéndome salir de ese ostracismo en el que estaba inmerso con mi vivencia de la Guerra de Malvinas.

Mis cadetes de Intendencia…. esos chicos llenos de curiosidad que todo lo quieren saber y te escuchan y te preguntan e intentan imaginarlo…

Y cuando te ven a punto de quebrarte, realmente allí es donde se escucha el silencio aturdidor, un silencio que a veces parece durar horas, pero son sólo unos segundos que necesito para tomar aire, respirar hondo y hacer alguna broma, que sólo servirá para cambiar de tema y que el aula retome el Power Point de alguna Operación Táctica que nos toque explorar ese día.

El aula, los cadetes, la curiosidad, los interrogantes que hoy comparto con ellos, son exactamente los mis- mos que hace 40 años los cadetes de 3er año de la Compañía de Intendencia tenían.
La diferencia no es sólo el tiempo, sino aquel día que no fue cualquier día…

Fue aquel 06 de abril de 1982

cuando regresaba de gimnasia , en que, la querida Doña María, nuestra costurera, me salió al encuentro para decirme:

“Villegas, avísales a todos los cadetes, mañana van a egresar por la Guerra, yo ya estoy haciendo las tiras de subteniente”.

No podía creerlo, pero luego el Jefe de Compañía nos dio la noticia de manera oficial, el día 07 de abril habría un egreso del último curso del CMN.

¡Alegría, cuanta alegría! ¡Se adelantaba el egreso, seríamos subtenientes y defenderíamos nuestras Islas!

¿Qué más podías pedir?
Todo para lo que te estabas preparando había llegado…

Esa frase que tanto escuchamos desde que nos incorporamos “Prepararse para la guerra” quizás nos tomaría el examen final.

Entonces comenzó una semana agitada, como yo la suelo llamar.

  • Martes 06 de abril: nos avisan que egresamos. A devolver los cargos y retirar nuevo equipo, no había porta traje, había bolsón porta equipaje.
  • Miércoles 07: Ceremonia de Egreso en el Patio Interior del CMN.
    Los cadetes ya estaban de combate con insignia de Subteniente y cinturón con cargadores y pistolera, el Patio Interior retumbó como nunca, ¡Inolvidable!

Qué lindo hubiese sido que estuviesen sólo una broma de recepción de Subteniente?
Junto con el Cabo Int Barros, revisamos la lista de platos, los cálculos del pedido de víveres y salimos en dos ambulancias a buscar todo de los proveedores locales.

Regresamos muy tarde, sólo faltaba descansar y ver con qué me sorprendían al día siguiente.

Al menos pude hablar con mis viejos y decirles que se quedaran tranquilos, que todo estaría bien, que yo estaba muy feliz y orgulloso de ir a Nuestras Malvinas.

También me despedí de Silvia y le dije que pronto regresaría para estar juntos y aún hoy lo estamos, gracias a Dios, con nuestros dos hijos, María Sil y Fede, que serán los primeros en leer esta carta.

  • Sábado 10 de abril: Formación de la mañana. Ya me había encontrado con otro grupo de médicos y enfermeros que también habían agitada, pero lo realmente importante estaba por ocurrir.
    Se desembalaba material, armaban los quirófanos, consultorios, lugares de recepción y clasificación de heridos, internación, etc.

Con mi flamante equipo de la Sección Intendencia a la que recién me incorporaba como Jefe, desplegamos también nuestro material, ya no había raciones frías y había que comenzar a dar cumplimiento a la misión que se nos había asignado: abastecer racio- namiento, combustible, vestuario y equipo a nuestro personal y eventualmente al personal que recibiríamos para atención o internación.
El Batallón Logístico 9 nos apoyó desde nuestro arribo a Puerto Argentino.

Conseguimos los abrigos que nos faltaban, completamos víveres semanalmente, y el combustible no representaba mayores problemas, luego fue reemplazado, cosa que no nuestros viejos, nuestras novias…​ ​​entendí, ni aún hoy.
Todos lo pensábamos, pero solo estábamos nosotros y nuestros sueños.

  • Jueves 08: Nos dan nuestro destino. A pesar de creer que demorarían algunos días, ese día ya nos lo comunicaron.

¡Al Hospital de Comodoro Rivadavia! Y pensé que el sueño de las Islas se me desvanecía.

¿Qué haría en un Hospital?

  • Viernes 09 de abril: Muy temprano a la mañana, me presenté en el Aeropuerto de El Palomar.

Parecía una enorme terminal de colectivos, pero no eran colectivos, eran todos los aviones de la FFAA y más, estacionados en ese gigantesco playón, y próximos a cada avión, una cola de soldados esperando para embarcar.
Ese mismo día al mediodía, me presentaba ante el Director del HMCR, Mayor Médico Ceballos, quien en la compañía del Of Finanzas Cap Schunck, me dieron la bienvenida y la primera “Orden Preparatoria para la Guerra” según recuerdo que me dijeron:

“Preparar Racionamiento para 65 hombres por 15 días porque mañana salen para las Islas Malvinas.”

¿Que significaba eso?

¿Realmente saldrían a Malvinas al día siguiente?

¿Iría yo realmente con ellos?

¿O era

“Preparar racionamiento para 65 hombres por 15 días porque mañana salen para las Islas Malvinas.”

sido recién destinados al Hospital y ahora estábamos a punto de embarcar para Malvinas. La mayoría no teníamos abrigo (douvet) pero ese torbellino de sensaciones podría cubrir hasta el frio de la Antártida, aunque un douvet no hubiese venido mal.

El Hércules cerró su compuerta trasera y ya estábamos todos arriba, ambulancias incluidas, más todo el material médico en importantes cajones ya embalados y amarrados.

Luego del carreteo interminable, despegamos, la próxima parada seria Puerto Argentino (increíble… el corazón me está galopando y los ojos otra vez se me empañan…)

Aterrizamos casi de noche, nos encolumnamos y fuimos a un edificio donde se instalaría el Centro Medico Inter Fuerzas Militar Malvinas, como lo bautizamos.
Sin dudas, fue una semana muy

Las noticias eran escasas, sabíamos que la flota inglesa estaba en camino, muchas lucubraciones sobre si llegarían o no, pero toda duda se despejó en la mañana del 01 de mayo.

El bombardeo a la zona del aeropuerto produjo muchos heridos y muchas bajas, un incesante ir y venir de ambulancias con heridos había terminado con la calma de los preparativos y ahora ya no había ensayos, había que recibir, seleccionar, dar prioridades a nuestros muchachos que venían lle- nos de sangre y con la fe puesta en que alguien los ayudaría a calmar el dolor de cada herida.

Unos días antes, quise entrar a ver una operación, un médico me dio el OK, me vistió de quirófano y entré a ver una operación de apendicitis, todo venía bien hasta que el bisturí cortó y comenzó a aparecer sangre y las pinzas a trabajar… alguien me apagó la luz, me aflojó las piernas y no me dejaba respirar; ¡un papelón!, me tu- vieron que sacar de allí.

¡Eso no era lo mío! Pero aquel 1 de mayo, en un momento ayudaba a recibir a los soldados heridos (Oficiales, Suboficiales o Soldados clase… no importaba, todos eran soldados preparados y enfrentados a las situacio- nes que te impone la guerra.)

Había que despejar y limpiar la herida, para ver la gravedad y dar prioridad de intervención, con las tijeras cortabas los cordones, sacabas los borceguíes, cortabas la ropa para descubrir donde las esquirlas habían lastimado y otra vez me descompongo, pero escuché que ese soldado me decía “ayúdame, me duele”.

Me repuse, le dije “aguantá, todo va a estar bien” y con el bisturí traté de hacer lo mejor en esa pierna que recibió varias esquirlas.

Uno no está preparado para eso, pero te nace coraje de algún lado y lo vencés y avanzás.

Uno no está preparado para ver rondando la muerte, para ver chicos con sueños arrebatados que nunca cumplirán, para ver cómo la vida se va en ese último suspiro y no hay nada por hacer por más que quieras.

La terrible muerte llega.

Cuando recibimos a unos chicos que habían pisado una mina y hubo que identificarlos, no había medalla identificatoria.
Sí había una carta en un bolsillo, esa carta era la misma, la misma que le estaba escribiendo yo a mis viejos y aún no enviaba, diciéndoles que todo estaba bien, que no le hagan caso a las noticias, que ganaríamos esta guerra y que pronto estaría con ellos.
Pero el soldado no se la pudo enviar a sus papás, y tampoco regresaría.

Ahí te das realmente cuenta de que podría ser cualquiera, que podía pasarte a vos, era la misma carta con la misma intención, que los viejos no se preocupen, que no sufran por vos, que estabas bien, que estabas feliz sin importar el riesgo o lo que pasara.
Entonces, en un rincón y en soledad, te pones a escribir TU CARTA, la carta de despedida, la envolvés en una bolsita de nylon para que no se moje y les decís a tus amigos que, si te toca quedarte en las Islas, saquen esas cartas y se las entreguen a tus papas y a tu novia. Y te despedís, haces una carta para tus viejos diciéndoles cuánto los querés y cuanto te va a doler su dolor, pero que vos vas a estar con ellos cuidándolos siempre y que por más que no te vean estarás entre ellos y no querés verlos tristes, porque vos estarás feliz de haber muerto en una guerra por tu país. (No le tenés miedo a la muerte, lo que te perturba enormemente es cuánto dolor le podés dar a los viejos).

Y en el otro bolsillo, una carta a tu amor, recordando esos momentos de felicidad que sólo serán recuerdos y de lo mucho que lamentás no poder seguir soñando juntos, que no regresarás pero que le agradecés por haber sido, ni más ni menos, que tu amor y que la llevarás con vos eternamente.

Como les dije en un párrafo anterior, seguramente hubo tantos momentos de risas o alegrías, como cuando comenzaba cada noche los bombardeos desde la flota y salíamos tipo sereno colonial cantando “… comenzó el bombardeo de las 9 de la noche…” o la alegría de recibir a compañeros que pasaban por el Hospital a saludarte y les ofrecías lo que tenías, o las risas por cargadas con los soldados y suboficiales de la Sección.

Pero lo que te marca y no te deja, son los otros, a los que me cuesta dejar atrás, que son muchos y que te despiertan aún ahora cuando se acerca la fecha cada año.

Estuve pensando si escribir esta carta o no, porque sabía que no podría escribir algo alegre o entretenido que describa cómo fueron las operaciones defensivas de cada fracción que estaba desplegada en Gran Malvinas o Soledad, y cómo fue el en- frentamiento con el enemigo inglés.
Sólo puedo contar lo que me pasó a mí, que también pude llegar a lugares donde estaban otras tropas desplegadas y ver su trabajo, sus trincheras, el emplazamiento de los 155.

Ver escupir las antiaéreas, acercarles comida o las medias que podías con- seguir; estar atento a las evacuaciones de 1era línea o evacuar heridos al continente.

Tuvimos un helicóptero para traer heridos cuando era posible hacerlo, o dolorosamente ver la carpa con camaradas que ya ocupaban un lugar en el registro necrológico y serían por siempre los centinelas eternos de nuestras Islas, y ese maldito registro permanecía abierto.

En cuanto a la especialidad, puedo decir que la guerra, lo único que hace es cambiarnos el teatro de operaciones, porque el trabajo sigue siempre sin parar, ya sea con ración fría o caliente, no puede faltar.

Y está por demás demostrado que, cada oficial de Intendencia con sus hombres, se manejó con las herramientas que tenía disponible para cocinar y con la iniciativa para conseguir los pocos víveres disponibles y mantener la aptitud de su gente, consiguiendo de donde no había un par de medias o un abrigo o una carpa para mejorar su estado.

No teníamos suficientes abastecimientos, a partir de que se cortó el puente aéreo, pero estoy seguro de que cada Sec Int, explotó todas sus capacidades para lograr cumplir su misión.

Aunque estaba prohibido tocar el ganado de los isleños, el fin sí justificaba los medios y lo más importante en la guerra es mantener la actitud combativa, cosa difícil de lograr con hambre y con frío.

Hubo secciones de tiradores, que no enfrentaron al enemigo, hubo secciones de Ingenieros que tampoco pudieron ver accionar sus campos minados o sus operaciones de velo o fortificaciones, secciones de Baterías de Artillería que no pudieron hacer Apoyo de Fuego, etc, etc; pero estoy seguro que no hubo ni una sola Sec Int que no haya operado en Malvinas apoyando a su elemento, tal como su misión se lo establecía.

Gracias a Dios y la protección de su madre nuestra Virgen Maria, he sido uno de los afortunados de regresar con vida de una guerra que jamás olvidaré.

Al regresar a casa me encontré con mis padres, habían envejecido de pronto diez años en unos meses, pero la alegría y felicidad del reencuentro es algo que tampoco jamás olvidaremos y mi viejito seguramente sigue aun disfrutando en su lugar, cerquita de Dios.

En ese momento es donde también decidimos con Silvia, juntos de la mano, hacer realidad esos sueños de novios. Y formamos una familia a la que les debo historias como éstas, pero siempre preferí darles momentos de alegría y no de tanta desazón; ahora junto a ustedes se enteran de algunos sentimientos y momentos que su papá vivió en Malvinas y seguramente compartirán con Benjamin y Constanza, mis únicos nietitos hasta ahora.

A modo de saludo final, quiero agradecerles por su lectura, solo he pretendido expresar algo de mis vivencias en esa Gesta de la que tan orgullosamente pude formar parte, haciendo sincera y absolutamente todo lo que como Subteniente de nuestro Glorioso Ejército Argentino pude hacer.

Agradecemos: MUPIM Revista


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