El 30 de mayo de 1982 la aviación argentina seria protagonista de una de las misiones aéreas más admiradas en la historia de las guerras modernas, calificativo ganado gracias a la osadía y valor en combate de los valientes pilotos que tuvieron a cargo ejecutarla magistralmente. En esta oportunidad, el espíritu guerrero y patriótico, venció a la diferencia tecnológica encarnada en un poder naval inglés abrumador, reforzado por EEUU.


Orden de batalla que tuvo una particularidad, sería la única misión conjunta entre la Armada y la Fuerza Aérea Argentina durante toda la guerra.
Los elegidos para lograr lo imposible serían dos escuadrones, el de los Super Etendard (SUE), que lanzarían el último misil Exocet disponible, acompañados de cuatro Douglas A4-C Skyhawk, configurados con tres bombas de cola lisa de 250 kg cada una, los que buscarían incrementar el daño a uno de los inexpugnables portaaviones HMS Invincible o el HMS Hermes, naves insignia de la tercera potencia naval del planeta.
Los aviones de la Fuerza Aérea Sur, serían los encargados de darle continuidad al impacto del misil aire-mar en la línea de flotación, lo harían sin dar respiro, en un corto lapso tiempo. Algo así como el golpe de gracia a un gigante, ya herido.
Introducirse en un ataque al mismo corazón de la flota inglesa podemos catalogarlo como una misión kamikaze, con una gran diferencia, los pilotos de combate argentinos deseaban sobrevivir luego de un ataque exitoso, aunque eran conscientes de que era muy difícil salir con vida de esta arriesgadísima misión, cara a cara contra un escudo de defensa misilístico.

El coraje y la valentía como mejor arma

Los SUE disponían de una aviónica y armamento adecuado para atacar este tipo de blanco, pero ello no implicaba librarse de un alto riesgo.
La situación de los Skyhawk mucho más complicada. Si bien sus pilotos contaban con un óptimo nivel de adiestramiento, debían sobrevolar el objetivo. También debemos considerar que los Douglas A-4C eran aviones de combate con una tecnología superada y armamento inadecuado para la incursión sobre objetivos navales, condiciones que obligaban a lanzar las bombas en un pasaje en vuelo demasiado, siendo un blanco fácil ante un tremendo escudo defensivo.
Lograr con éxito este atrevido y riesgoso ataque implicaba prácticamente un jaque mate a la flota, factibilidad poco probable ante una verdadera fortaleza de los mares, escoltada por distintos buques de guerra, dotados con los más modernos sistemas de defensa antiaérea existentes.
Como si esto fuera poco, en el camino al ataque, nuestros guerreros serían recibidos por el principal enemigo de la aviación argentina, los aviones Sea Harrier, que esperaban pacientes en PACs – Patrullas Aéreas de Combate-, con el objetivo de derribarlos antes de llegar al blanco. Estos aviones dotados de empuje vectorial, con una magnífica performance para el combate aire-aire a baja altura, mejoraban ostensiblemente su efectividad portando los misiles infrarrojos todo sector AIM-9L Sidewinder de última generación, recientemente cedidos por la primera potencia militar mundial, EEUU.

¿Porque fueron elegidos para el ataque los Douglas A-4C?

Disponían de “mejor aviónica” en comparación al resto de los aviones de combate de la Fuerza Aérea Sur.
Contar con “oxígeno líquido” en sus máscaras, incrementaba el tiempo en vuelo.
La posibilidad de “reabastecerse de combustible” camino al objetivo, extendía significativamente el alcance, característica relevante para una misión que duraría casi cuatro horas, permitiendo el ataque desde un cuadrante no imaginado por el enemigo, tratando de conseguir el importante factor sorpresa.


Disponer de “cinco estaciones de sujeción de cargas portantes bajo las alas”, les permitía llevar dos tanques de combustible eyectables, además de poder colgarle una potente carga explosiva, la que era acorde al poder destructivo necesario por el tipo de blanco a atacar. Llevarían tres bombas de 250 kg por avión, armamento que haría impacto en el blanco tres minutos después del lanzamiento del AM39 desde el Súper Etendard. Tiempo más que suficiente para que todas las abejas salieran fuera del panal dispuestas a destruirlos.
Enfrentaban una misión con posibilidades de sobrevivir casi nulas.

Una modalidad atípica sinónimo de ejemplo

Una vez definida la misión por los altos mandos. El jefe del Escuadrón I de los Douglas A-4C reunía a seis de sus pilotos más experimentados, haciéndoles un pedido totalmente inusual.
Sin ahondar en detalles, dijo: ¡Necesito dos voluntarios para una misión!
Pregunta que dejaba entrever el riesgo que encerraba esta desconocida incursión.
De inmediato, y sin titubear, el 1º teniente Ernesto Ureta dio un paso al frente expresando —Yo me ofrezco, señor—.
Segundos después, su gran amigo y compañero de promoción, el 1º teniente José «Pepe» Vázquez, lo imitó.
Faltaban un Jefe de Sección y un Numeral. El Jefe de Escuadrón les expresó que ellos debían elegirlos, completando la escuadrilla de indicativo “Zonda”.
Ureta eligió al joven alférez Gerardo Isaac y Vázquez, al teniente Omar Jesús Castillo.

La planificación de una misión imposible de olvidar

Esa misma tarde partieron desde la BAM San Julián con sus aviones al punto donde debían efectuar el despegue al día siguiente, la Base Aeronaval de Río Grande.
Una vez aterrizados se juntaron con los pilotos de SUE, y comenzaron a interiorizarse los pormenores del ataque ya planificado.
Al día siguiente y en horas del mediodía, los “Ala”, y luego los “Zonda” despegarían, volando en altura rumbo al primer punto de reabastecimiento.
A 20.000 pies (6000 metros) y en una coordenada determinada, los esperarían dos KC-130 Hércules con cuatro mangueras disponibles para transferirles el necesario JP1 para proseguir con la misión. Emplearían dos modalidades distintas para empupar. Los SUE completarían la carga volando enganchados a las mangueras de fuel unas 150 millas (entre 30 a 40 minutos) al sur de Malvinas, y los A-4C se turnarían de a dos por vez, para dejar completos sus tanques en el mismo trayecto.
Fuera del lóbulo radar de la flota enemiga, a unos 320 km del blanco, adoptarían una formación defensiva, con Vázquez y Castillo formando abiertos a la izquierda de los SUE, piloteados por Francisco y Collavino, y Ureta e Isaac escalonados y abiertos por la derecha. Con un descenso suave y perfectamente calculado, evitaría la detección temprana por parte de los radares ingleses, llegando al vuelo rasante en proximidades de la flota y con rumbo directo al blanco, siempre fuera del lóbulo de detección.


Una vez al ras del agua, los SUE se elevarían turnándose de a uno por vez, para confirmar la posición del blanco e intercambiar información entre aviones, descendiendo de inmediato buscando no perder la necesaria sorpresa.
Al encender el radar, en la corrida final para el lanzamiento del misil AM 39 serían detectados, pero los 3,5 minutos perfectamente calculados, no permitían a ningún buque guiar a los Harriers para interceptarlos, y menos aún, para evitar el ataque.
Luego del exitoso lanzamiento, al cabo de dos minutos el Exocet alcanzaría el blanco.
Luego del lanzamiento, y siguiendo la estela del misil, los cuatro A-4C volarían al ras de las olas. Habiendo perdido el efecto sorpresa, los pilotos intuirían con anticipación que tenían muchas posibilidades de correr una suerte distinta a los SUE, ya se encontrarían en escape dándole la cola al objetivo.
Los pilotos de la Fuerza Aérea Sur, sabían perfectamente que les esperaría. Al llegar un minuto después del impacto del Exocet, con la bestia herida y con las defensas alertadas y direccionadas hacia el cuadrante de ataque, las que estarían listas para actuar con sed de venganza, periodo donde el escudo protector de la flota dispondría de mucho tiempo para recibir a los cazabombarderos gauchos con armamento de todo tipo. Este lapso previo al lanzamiento de las bombas sobre el blanco, era considerado más que suficiente para abatirlos en su totalidad, por quedar a merced de muchos buques con una efectiva capacidad de autodefensa.
El panorama se tornaba tétrico para los valientes pilotos de los Skyhawks, y ellos eran conscientes de todo lo que podía suceder.

Pacto de hermanos del alma

Con una frase que eriza la piel con solo leerla, la que muestra el espíritu de grandeza y la claridad de pensamiento de estos pilotos patriotas, Ureta y Vázquez, sellan un pacto en la Base de San Julián, lugar donde, por las importantes bajas de este Escuadrón, algún piloto día por medio debía juntar las pertenencias de otro camarada.
«Si alguno de los dos no regresa” –se dijeron–“prometamos que sólo el otro se lo comunicará a la esposa». No deseaban otros intermediarios, la información que en estos casos se torna confusa, los rodeos para comunicarla, los consuelos piadosos sobre la recuperación de los cuerpos donde la suerte decidía a cara o cruz sobre la vida o la muerte, conformaban un manejo de la situación extremadamente difícil.
Todo podía suceder por osar atacar a los usurpadores de nuestras Islas Malvinas, situación que los llevó a tomar esta razonada y difícil decisión con anticipación.
Ambos casados y con niños pequeños, en aquel acto de mutuo compromiso entre verdaderos caballeros del aire, nos dieron un enorme ejemplo. Ellos, entendían desde el ingreso a la Fuerza Aérea Argentina, que el patriotismo era un legado que Dios les había dado. Unos elegidos desde el mismo momento en que aterrizaron sobre la faz de la tierra.

La misión que asombraría al mundo entero

El 30 de mayo a las 12 horas, despegaron de Río Grande los seis aviones en un silencio absoluto de radio.
Todo estaba saliendo de acuerdo a lo planificado. En el primer punto de encuentro, los dos Hércules y los aviones de combate volaron formando un gran escuadrillón de ocho aviones. Este, por ser el tramo más relajado de un estresante vuelo, seguramente permitió a esos pilotos pensar en todos aquellos interrogantes que encierra la incertidumbre, momentos antes de dejar sus vidas en manos de Dios y al servicio de la Patria.
En la inmensidad del mar y al Sud Este de las Islas Malvinas, un grupo de diminutos puntos negros, colocaban viraje hacia el norte.
Sobrevolando el contorno de las olas, seis narices apuntaban con rumbo coincidente con la corrida final de ataque.
De acuerdo a lo previsto, en cercanías del blanco, los SUE levantaron de a uno por vez compartiendo información entre aviones por modo electrónico y en pleno silencio de radio.
Los Douglas A-4C formaban abiertos siguiendo la navegación de los SUE, siempre atentos, con el panel de armamento conectado, y atentos en la búsqueda visual de un posible Sea Harrier en posición de ataque.


Al encender los radares y elevarse los “Ala”, ven en pantalla justo lo que estaban buscando, un eco de mayor dimensión y otro mediano levemente atrás, como escolta, posición coincidente con la que había pasado el Radar de Malvinas hacia cuatro días, evidenciando lo confiados que estaban los ingleses, considerando a esa posición como inalcanzable para los aviones argentinos. Inocente y equivocada subestimación que les costaría demasiado caro.

Un ataque certero

En condiciones de tiro, con la altitud necesaria para lanzar, Fransisco da el top que determina el momento de lanzamiento. En la primera fase, el misil se desprende en caída libre planeando sin encenderse el propulsante, y de repente, un fogonazo indica la esperada ignición que le daría el impulso final. El Exocet, gracias a una tremenda aceleración, dibuja una estela blanca delante de la proa de los seis aviones que los guía hacia el objetivo.
Instante en que el SUE comandado por Collavino detecta estar iluminado por un radar enemigo en el cuadrante trasero, informándolo por radio de inmediato. Los Super Étendard comenzaban el escape, minimizando el peligro existente, lo hacen virando por izquierda y con motor a pleno.
Antes de colocar rumbo opuesto, Francisco indica a los Skyhawk por radio: “Al frente, 20 millas”.
Sin poder verlo, las narices de los Douglas A-4C apuntaban directo hacia el portaaviones Invincible. Segundos de tensión se trasformaron en minutos. La atención se dividía entre mantener la formación, observar el blanco y detectar a tiempo el lanzamiento de un misil que intentara derribarlos.
Los Zonda cerraron la formación quedando por secciones formados a unos 30 metros entre punteras de ala. Los cuatro aviones avanzaban en línea y rozando casi las olas. Vázquez y Castillo por la izquierda; Ureta e Isaac, a la derecha. Cercanía entre aviones que dificultaba la detección al radar de adquisición enemigo, en el intento de discriminar incursores en aproximación, en lo que sería un ataque histórico en el que ambos bandos pagarían un alto precio.
A unas 10 millas ya a la vista, la silueta del Invincible se recortaba perfectamente en el horizonte. Se observaban nítidamente dos columnas de humo que se elevaban justo en la mitad de la superestructura de una de las pistas flotante de la flota inglesa.
Para los pilotos argentinos, no existía duda alguna, el barco más importante de la flota invasora había sido herido de consideración, y ellos iban por más.


A más de 850 km por hora, y en cercanía del ataque, Ureta observa sorprendido como el ala de uno de sus compañeros ubicado a la izquierda se desprende, y en milésimas de segundo se separaba la cola. Herido de muerte y totalmente desestabilizado, el A-4C, sin llegar a distinguir quien era, mostraba su panza y solo el ala derecha para luego caer en las gélidas aguas del mar.
En el mismo momento Isaac siente la onda expansiva de la explosión en su cabina. Ninguno llegó a ver el misil, el que no vino de frente, impidiendo la ejecución de una maniobra evasiva. Issac mira a la izquierda, y ve que un A4-C explota, al que se le vuela el plano, el sale hacia arriba. El avión agonizando, muestra su panza para luego impactar contra el agua. En ese terrible momento, él tampoco sabía quién era.
A pesar de la adversidad debían seguir concentrados para batir el blanco.
Ureta sentía el deseo de repeler la lluvia de munición que recibía desde el humeante Invincible disparando con sus cañones de 20 mm, pero por la distancia la ráfaga queda corta.
Se aproximaban en vuelo bajo, a la altura de sus ojos estaba la pista del portaaviones. Debían esperar unos segundos más. A medida que se acercaban, observaban que el humo de la explosión ya estaba cubriendo el casco del navío.
Se acercaban por debajo de una capa de nubes rastreras, las que no impedían ver el blanco con nitidez.
Mientras infinidad de cañones de la artillería antiaérea escupían fuego tratando de derribarlos, pompones de detonaciones provocados por la munición autoexplosiva salpicaban con puntos negros la trayectoria hacia el blanco. De repente, extremadamente cerca, a unos 1000 metros del blanco, Isaac siente dentro de la cabina una explosión mucho mayor a la anterior. Mira nuevamente a la izquierda y a unos 5 metros de su ala ve a otro A4-C que explotaba en una forma totalmente distinta a la anterior. Tampoco sabía quién era. El avión se infló, tenía el doble de ancho y de largo habitual. Sus placas metálicas remachadas incandescentes, estaban todas separadas, pero se mantenía la estructura del avión. Adentro todo era una bola de fuego naranja. Inmediatamente el avión derribado queda atrás, logrando con esa bola de fuego que cae una importante separación.
Ureta nunca pudo ver el segundo derribo, siguió concentrado en el ataque. Ya mucho más cerca de la superestructura gris, intentó en vano utilizar los cañones, los que se trabaron luego de un par de disparos. Isaac, en cambio, descargó toda la munición y en proximidad de la popa del Invincible lanzó sus tres bombas de 250 kg, esquivando la pista por derecha, volando por el lateral del portaaviones a la altura de la línea de flotación, durante el escape final.
El jefe de escuadrilla, que venía demasiado bajo y con 30° de desvío con respecto al eje del buque, se vio obligado a levantar la nariz hasta unos 50 metros, logrando las condiciones para poder lanzar el trío de bombas en salva, las que se desprendieron activadas con todo éxito. Ureta, atravesando la pista por la vertical y en vuelo rasante, en un giro por la izquierda en pleno escape, no tuvo dudas, afirmando que sus bombas impactaron de lleno en el blanco. Concluido el ataque, comenzó a alejarse velozmente de un portaaviones envuelto en una nube de humo, prueba cabal que habían explotado las bombas de cola lisa dentro del inmenso casco.
La vuelta de la sección sobreviviente fue en soledad, cada uno se sentía único sobreviviente ya que no se tenían a la vista. Luego de unos minutos, Isaac divisa a otro A-4C y con máximo empuje al acercarse, divisa que el piloto del otro A-4C lleva traje antiexposición color naranja. Detalle que le da la certeza, que los abatidos habían sido Vázquez y Castillo.
Al salir por frecuencia de radio, el numeral 4, le cuenta a su jefe de sección la secuencia de lo que había visto.
En el punto previsto para el reabastecimiento, ambos se reúnen con los dos KC-130, quienes además de suministrarle combustible debían trasmitir información sobre el ataque al alto mando y la confirmación de si había posibilidad de acudir al rescate de los pilotos derribados, posibilidad que fue descartada de inmediato por los dos sobrevivientes de la Escuadrilla “Zonda”.

Frases que emocionan

Isaac cuenta: «Cuando regresaba del ataque, sentía algo muy ambivalente, la alegría de estar vivo y la tristeza por la muerte de mis dos compañeros».
Ureta por su parte recuerda: «Yo cumplí con la promesa a mi amigo y la llamé a Liliana, la mujer de Vázquez, y al llegar a la Base San Julián debí contárselo también a su hermano, Pelucho, mecánico de paracaídas de nuestra escuadrilla. Hoy soy el padrino el Mariano, de aquel hijo por entonces de 50 días, que el Pepe Vázquez prácticamente no llegó a conocer».
Luego del testimonio repetido una y otra vez por estos dos valientes, tenemos la certeza de que el buque insignia de la flota inglesa había sido averiado de consideración. En primer término por un Exocet y luego por varias bombas de 250 kg que impactaron en el enorme casco.
Estos patriotas saben muy bien qué vieron y como lo vieron. Lo que digan los ingleses los tiene sin cuidado. Repiten, en cada oportunidad que relatan esta memorable e histórica misión, que le pegaron al portaviones. Y también comentan: «Si el secreto de guerra es por 50 ó 90 años, en algún momento la verdad saldrá a la luz».
El 1º teniente José Daniel «Pepe» Vázquez y el teniente Omar Jesús Castillo fueron ascendidos post mortem al grado de Capitán y declarados Héroes Nacionales. Cosquín emplazó en la plaza «Héroes de Malvinas» un busto de su mártir e hijo pródigo, mientras que la Base Aérea de Puerto San Julián añadió a su nombre el del Capitán José Daniel Vázquez. Los pilotos sobrevivientes, el Comodoro (RE) Gerardo Isaac y el Brigadier (RE) Ernesto Ureta, recibieron la máxima distinción del Estado Argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate.


Por último, citaré palabras del Comodoro (R) Gerardo Isaac. “Hay 649 argentinos que entregaron su vida por la Patria, la entregaron por nosotros, se desprendieron de lo más importante que tenían y lo hicieron a pesar del dolor de su familia. Esas 649 caras, los verdaderos héroes de la Patria, deberían ser la luz que nos guíe cuando tenemos nuestras diferencias y desencuentros como argentinos, si logramos levantar la vista al cielo, ellos nos van a marcar el camino para salir adelante”.

Una humilde opinión personal

Este, como muchos otros actos heroicos sucedidos durante el trascurso de la Guerra por nuestras Islas Malvinas, forman parte de la historia argentina escrita con letras de oro, de la que nos sentimos orgullosos.
Ellos son nuestros próceres contemporáneos, los que, por su entrega desinteresada y sentido patrio, son un ejemplo para las futuras generaciones. Historias de héroes argentinos, que por el alto contenido de valores, deberían ser incluidas en los libros de textos escolares, y ser enseñadas en nuestras escuelas.
Deseo de millones de argentinos, que debe trasformase algún día en realidad.
En este día ofrendaron su vida al servicio de la Patria:
Primer teniente José Daniel Vázquez
Primer teniente Omar Jesús Castillo

🇦🇷🇦🇷🇦🇷¡VIVA LA PATRIA!🇦🇷🇦🇷🇦🇷


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